La educación como todo objeto cultural pertenece al mundo de conversaciones donde se le dio origen. Compone parte del imaginario de algunos que intercambian cartas entre amigos. También de algunos que sueñan con semejar y semejarse con "los otros" (algo así como solidaridad).
Así, entenderemos provisionalmente (como corresponde a un supuesto) a la educación, como una palabra que distingue una porción de la realidad que vivimos y significamos.
En primer lugar, la educación consiste en una palabra que deambula por las escrituras del homo-moderno, occidental, europeo en especial y en particular, de inmigrantes u originarios de otros mundos posteriormente. Como tal, es palabra globalizada y por esto, proyectable dentro de nuestro itinerario de vida como dispositivo que en distintas épocas, nos remite a un tiempo y un lugar común: ser educados.
En la cultura "construida"/"relatada" del homo-moderno, nos encontramos con un proyecto que da sentido a la educación. El homo-moderno es en sí mismo promesa, la promesa de "ser humanos". Y por la educación, llegaremos a ser lo que nos espera: Humanos. Este destino se "construye", no viene de la sangre ni de las particularidades biológicas especiales (sean estas "naturales" o "artificiales"). A su vez, exige esfuerzo, tarea, trabajo, fatiga, concentración, actitudes consideradas propiamente humanas. Enfrentar las disposiciones "individuales" y "actualizarse". Es una lucha consigo mismo, deponer las irritaciones internas a la alteridad, obedecer a nuestra razón (que no es otra que la nuestra).
En segundo lugar, la educación es letra analfabeta para muchos que no desprenden de su pronunciación, un imaginario posible de realización. Se trata de una mudez, una exclusión dicen algunos, un no-lugar.
Este nuevo momento, los no-lugares, donde no se habla de lo que hablamos, es un acontecimiento sorprendente, un "aparecer/se" entre las sombras de lo real.
El homo-moderno tiene sus límites en el "otro" no incluido, emergente, descubierto, colonizado, domesticado, dominando, explotado. La educación no se hace visible, más aún si no opera la solidaridad, en cuanto comunicación o interacción biológico-amorosa.
Eso sí, tenemos que reconocer que existe un otro tiempo ya delineado, peligroso: desde los no-lugares se construyen espacios que tiene que ser nombrados por los alfabetos, so pena de quedar presos de sus propios vacíos y temores. Así, se erigen nuevas emociones donde no había más que tedio y aburrimiento. El miedo de los alfabetizados al "poder de la palabra" de los analfabetos, permite que el homo-moderno imagine una educación en un mundo mas democrático, más solidario.
Pero el dilema se encuentra en el origen. La educación es un objeto cultural, es parte de la realidad construida socialmente, por quienes se proyectan como seres humanos. No hay invitación en una comunidad para "los
otros", sino solidaridad.
Entonces, ¿seguiremos pensando en "lo otro"?, ¿definiendo diferentes mundos según nuestra/sola/individual palabra?. Creo que debemos apurar el tiempo de existencia de nuestras actuales burbujas pues están naciendo y entrelazando otras y en ellas puede que no exista la palabra educación.
Así, entenderemos provisionalmente (como corresponde a un supuesto) a la educación, como una palabra que distingue una porción de la realidad que vivimos y significamos.
En primer lugar, la educación consiste en una palabra que deambula por las escrituras del homo-moderno, occidental, europeo en especial y en particular, de inmigrantes u originarios de otros mundos posteriormente. Como tal, es palabra globalizada y por esto, proyectable dentro de nuestro itinerario de vida como dispositivo que en distintas épocas, nos remite a un tiempo y un lugar común: ser educados.
En la cultura "construida"/"relatada" del homo-moderno, nos encontramos con un proyecto que da sentido a la educación. El homo-moderno es en sí mismo promesa, la promesa de "ser humanos". Y por la educación, llegaremos a ser lo que nos espera: Humanos. Este destino se "construye", no viene de la sangre ni de las particularidades biológicas especiales (sean estas "naturales" o "artificiales"). A su vez, exige esfuerzo, tarea, trabajo, fatiga, concentración, actitudes consideradas propiamente humanas. Enfrentar las disposiciones "individuales" y "actualizarse". Es una lucha consigo mismo, deponer las irritaciones internas a la alteridad, obedecer a nuestra razón (que no es otra que la nuestra).
En segundo lugar, la educación es letra analfabeta para muchos que no desprenden de su pronunciación, un imaginario posible de realización. Se trata de una mudez, una exclusión dicen algunos, un no-lugar.
Este nuevo momento, los no-lugares, donde no se habla de lo que hablamos, es un acontecimiento sorprendente, un "aparecer/se" entre las sombras de lo real.
El homo-moderno tiene sus límites en el "otro" no incluido, emergente, descubierto, colonizado, domesticado, dominando, explotado. La educación no se hace visible, más aún si no opera la solidaridad, en cuanto comunicación o interacción biológico-amorosa.
Eso sí, tenemos que reconocer que existe un otro tiempo ya delineado, peligroso: desde los no-lugares se construyen espacios que tiene que ser nombrados por los alfabetos, so pena de quedar presos de sus propios vacíos y temores. Así, se erigen nuevas emociones donde no había más que tedio y aburrimiento. El miedo de los alfabetizados al "poder de la palabra" de los analfabetos, permite que el homo-moderno imagine una educación en un mundo mas democrático, más solidario.
Pero el dilema se encuentra en el origen. La educación es un objeto cultural, es parte de la realidad construida socialmente, por quienes se proyectan como seres humanos. No hay invitación en una comunidad para "los
otros", sino solidaridad.
Entonces, ¿seguiremos pensando en "lo otro"?, ¿definiendo diferentes mundos según nuestra/sola/individual palabra?. Creo que debemos apurar el tiempo de existencia de nuestras actuales burbujas pues están naciendo y entrelazando otras y en ellas puede que no exista la palabra educación.
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