miércoles, mayo 25, 2005

El sindestino de la educación

Mis alumnas constatan al estudiar los enfoques y problemas pedagógicos actuales, el carácter utópico y muchas veces idealista de la profesión educativa. Yo les confirmo que eso es cierto.
No existe otra profesión en nuestra sociedad más quijotesca que esta. Educar implica ir contra la corriente establecida que determina ciegamente el futuro de la humanidad que se haya presente en cada niño y niña de nuestra sociedad.
Este fundamentalismo se hace más palpable y dramático en el caso de los niños y niñas que viven condiciones no deseadas de pobreza. Sobre ellos y ellas pesa un pensamiento retrogrado que plantea que "no tienen futuro".
Ya sea por su experiencia de sobrevivencia material, por las carencias que se observan en el entorno familiar, por el deterioro de su entorno y la amenaza de los riesgos de la ilegalidad que reinan en la conducta social actual, se les adjudica un "sindestino" en la vida social y cultural.
Mis alumnas aluden también a los problemas de conducta que presentan estos niños en el aula, a las razones que esgrimen los profesores y profesoras para identificar estos problemas con el de "comportamientos violentos" aprehendidos en la familia y su entorno barrial.

Un conjunto de argumentos que fundamentan la "imposibilidad" de la tarea educadora como "transformadora" o como "constructora" de humanidad.
Pero, nos olvidamos que educar nace como acción humana destinada a formar seres humanos, personas libres, responsables, autonómas, desde el convencimiento que el "sindestino" es una posición excluyente, discriminadora, conservadora de privilegios y desigualdades. La educación es un derecho y no una limosna subsidiaria de ciertos poderosos filántropos.
Entonces, educar es una actividad profesional que se enfrenta al "sindestino", proponiendo a los niños y niñas un futuro distinto y posible. De lo que se trata es de ayudar a estos niños y niñas a construir un "antidestino" y para esto, necesitamos desplegar nuestra imaginación, utopía y amor. También, es necesario recuperar un sentido común que valore los derechos de los sujetos por sobre intereses particulares megalomanos.
No necesitamos seguir los dictados del discurso dominante que nos plantea como seres imposibilitados cuya única salida es la resignación y la sumisión. Es solo una ilusión más.

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